Las
autoridades penitenciarias aseguran que no es peligroso —aunque estaba
condenado por violación y tráfico de drogas—, pero obviamente es
intensamente buscado.
A 75 kilómetros al sur de Oslo, casi en pleno Mar del Norte, la isla noruega de Bostoy le da resguardo a los presos de la cárcel que lleva el mismo nombre.
Forma parte de un régimen especial que incluye a todas las penitenciarías de ese país. No tiene ni rejas ni un alambrado que la rodee, y sus 115 detenidos no duermen en celdas, sino en pequeños bungalows de madera, con baño y cocina, y con total independencia para prepararse sus comidas.
Existe
una larga lista de espera para acceder a ella y no todos los que lo
solicitan lo consiguen. En consecuencia, las fugas son realmente
extraordinarias en ese penal. Hasta que uno de los presos se excedió en
la confianza ofrecida por el sistema y se escapó.
Condenado
por violación y tráfico de drogas, lo hizo de un modo fuera de lo
común. En un depósito de la cárcel encontró una vieja tabla de surf y a
eso le sumó una pala.
Por la noche, después del último recuento, remó y flotó hasta llegar al otro lado de la orilla, a unos tres kilómetros de la cárcel. Allí se encontraron esos elementos. El ahora prófugo, "para nada peligroso", según el informe de las autoridades noruegas, no inventó nada.
El único modo de evadirse es a nado o utilizando algún otro elemento flotante. El último preso que intentó escapar, por ejemplo, lo hizo con una canoa. Y de eso hace ya unos cinco años.