La comunidad
jujeña en Río Grande impulsó el acto por el 204° Aniversario del Éxodo Jujeño,
hecho histórico que significó la retirada hacia Tucumán que emprendió el
Ejército del Norte, comandado por el general Manuel Belgrano y la población de
San Salvador de Jujuy. También se enarboló por primera vez en la ciudad la
‘Bandera de la Libertad Civil’ creada por el Prócer y que es reconocida como
Símbolo Patrio Histórico a través de una ley sancionada el pasado año y que es
también el núcleo de la Bandera de Jujuy desde 1994.
El
acto fue encabezado por Eugenio Quispe, presidente de la Asociación de
Residentes Jujeños, el subecretario de Gestión Ciudadana, Daniel Facio, el
concejal (MC) Julián Baeza, el presidente del Centro de Veteranos de Guerra
‘Malvinas Argentinas’, Roma Alancay y representantes de las fuerzas armadas y
de seguridad con asiento en la ciudad.
Hubo
palabras alusivas por parte del integrante de la asociación, Carlos Pereyra y
asimismo se realizaron depósitos de ofrendas florales ante el busto del General
Manuel Belgrano, sito en la avenida homónima y Elcano.
Asimismo,
los presentes realizaron un sentido minuto de silencio en memoria de los que
murieron combatiendo por la libertad de la Patria.
En su
discurso, Carlos Pereyra valoró el esfuerzo del pueblo de Jujuy en esa gesta
patriótica y los parangonó con los veteranos de guerra del Atlántico Sur de
1982 “cuando dieron su vida en el suelo de Malvinas y en los mares y cielos
australes”.
Destacó
que los jujeños “son un pueblo heroico que enfrentó al invasor realista que
descendía desde el Alto Perú, y no solo fueron los jujeños, sino también los de
Salta y Tucumán. Sino fuera por el heroísmo de estos pueblos y del general
Manuel Belgrano”.
El 23
de agosto de 1812 el General Manuel Belgrano, partiendo desde la Quebrada de
Humahuaca al mando del Ejército del Norte, emprendió la retirada hacia Tucumán
junto al pueblo jujeño, que abandonó completamente la ciudad y sus campos como
respuesta estratégica ante el avance del Ejército Realista proveniente desde el
Alto Perú y cuya retaguardia fue protegida por el mayor general Eustaquio Díaz
Vélez, resistiendo el acoso enemigo. El rigor de la medida debió respaldarse
con la amenaza de fusilar a quienes no cumplieran la orden.