El pasado 20 de agosto, fotógrafos de agencias internacionales lo inmortalizaron en las calles de Monrovia.
Saah Exco, con tan sólo 10 años, falleció abandonado en las calles de Liberia víctima del Ébola. Ningún hospital quiso recibirlo ni darle asistencia.
Más que una enfermedad un estigma del miedo. Y de la miseria humana en la carrera por la superviviencia.
La imagen de Saah dio vuelta al mundo. Conmocionó al planeta, menos a quienes debían cuidarlo. Su muerte, silenciosa, es la cara más cruel de lo inhumano de la sociedad. Un espejo de sus miseras.
Su fallecimiento se produjo, en la más extrema de las injusticias, el mismo día en que sacrificaron a Excálibur, el perro de la enfermera infectada en España. El perro fue noticia, Saah no.
Saah vivía en un país de África. El más crítico en casos de Ébola y el que menos infraestructura tiene para tratarlo.
Y no deja de ser el retrato espantoso de lo que sucederá con miles de niños, rechazados hasta por sus familiares por miedo al contagio, si la humanidad no reacciona y hace algo —o mucho— por brindar asistencia a Liberia.
Que agoniza, como sus habitantes, en soledad.
La cuenta Conflict News de Twitter informó sobre su deceso